Antes de explicaros los patrones que encontré para guiar las narrativas y comunicación que regirán el metaverso, como ya adelanté en la anterior entrada, es preciso hacer una reflexión previa.
Conversando hoy con mi amigo Jaime Villalonga me preguntaba si las narrativas transmedia podrían considerarse un antecedente —o punto de referencia— para las nuevas narrativas que guiarán el metaverso, y hasta qué punto lo que sabemos de ellas influiría en lo que ya está llegando. Como sabéis, una narrativa transmedial es aquella que se despliega en diversos medios creando un universo coherente y sin que replique contenidos de unos medios en otros, sino que complementa la información que se ofrece fragmentada. Además, sus usuarios son prosumidores, es decir, son a la vez productores y consumidores de los contenidos. Gracias a esto, las narrativas transmediales se cocrean entre todos los partícipes.
¿El metaverso necesitará de las narrativas transmediales? Yo creo que sí. El metaverso exige la creación de una realidad paralela, virtual, gemela de la que estamos viviendo (la real). Partiendo de esa premisa, el metaverso se despliega en diversos medios diferentes, tal cual los vimos ahora mismo en la realidad «real», que ya es algo virtual en muchos aspectos. El metaverso, por lo tanto, sería un conjunto de piezas que conformarían ese «nuevo mundo» y que se intercomunicarían a través de distintos medios. Dicho en palabras llanas: el metaverso va a necesitar de redes sociales, tiendas virtuales, asesores a distancia, carteras digitales, bienes inmateriales y realidades digitales (virtuales o aumentadas).
Toda esa amalgama de «hilos» conductores que, en conjunto y como una telaraña hilada, conformarían el metaverso, precisan de un discurso coherente que los una. Si queremos mantener nuestra imagen de marca no es suficiente con mostrarnos radiantes en un solo medio, dejando de lado el resto. El metaverso exige coherencia si quiere sobrevivir como una opción real de futuro. De este modo, si una parte del metaverso me presenta como un abogado serio y exitoso en su defensa del medioambiente, otra parte de los medios que conforman el metaverso tendrán que reforzar esa imagen mostrando pruebas de mi ética férrea, mi consumo responsable en las compras que haga, mi comportamiento ejemplar y mi transparencia financiera con los NFT que venda o compre.
Además, el metaverso lo usamos y creamos todos: es cocreado. En el momento en el que parte de una propuesta horizontal y descentralizada, se produce una ausencia de poder central y jerárquico que dicte y ordene su funcionamiento. El metaverso, como las comunas anarquistas, se autoorganiza ante la ausencia de un operador/agente de control, como cuando vimos la primera internet en España, en los años noventa. En ese escenario todos creamos y todos consumimos los mismos productos, bienes y servicios. El metaverso, si se me permite, es open source. Todos podemos modificar algo para hacerlo a nuestra medida, y aportar ese cambio para que otros, a su vez, construyan nuevos mundos y realidades. Por ejemplo: gracias a la tecnología de blockchain yo podría hacer mi propia criptomoneda. El mercado del metaverso ya regulará si resulta, o no, de interés para los demás.
El metaverso es más que una narrativa transmedia, pero precisa de ella para coser sus distintas partes. Por ese motivo recomiendo interesarse por estas narrativas y entender su substancia. Es probable que, aquellos que comprendan su esencia, sepan comunicar mejor en la virtualidad que ya ha llegado a la puerta de nuestras casas.